La liberación del mundo comunista.


A pesar de los grandes obstáculos del proceso reformista de la URSS, la repercusión de la perestroika y el glasnost en los países del entorno del “comunismo real” ha sido profunda y trascendental.  La aparición de Gorbachev como líder de la URSS y propulsor de los cambios en el mundo de los países fraternos presento la condición sinequa non para las transformaciones cismáticas acaecidas en las naciones de Europa Oriental que provocaron “su huida hacia el futuro”.

Alexander Pumpianski, director de la revista soviética Tiempos Nuevos, lo expresa muy claramente: “Sin la perestroika en la URSS, en realidad nada hubiera ocurrido en los países satélites.  El máximo de lo posible: un proceso lento, subterráneo y profundamente oculto a la mirada vigilante de Moscú.  Ellos intentaron: el 53, en Berlín; el 56, en Hungría; el 68, en Checoslovaquia; e, indefectiblemente, los carros de combate soviéticos entraron, por decirlo así, en la discusión, privándolos por mucho tiempo de la fe en la posibilidad de los cambios.  Después de Moscú[…]apareció Mijaíl Gorbachev, un dirigente que ha tratado de insuflar vida en el reino del inmovilismo.  Comenzó a hablar de democracia, de una forma decidida y radical […]de la libertad de opción de los países y pueblos […](y) se rompió la compuerta.  Con la piel, con una especie de sexto sentido, la gente comprendió que los carros de combate soviéticos estaban cansados […](y) ahora desde Moscú se ven solo las espaldas de nuestros hermanos euro-orientales en su carrera hacia Occidente”.

Esta carrera hacia la occidentalización a que alude Pumpianski solo producirse después de que la dirigencia reformista de la URSS asegurase claramente que, en su nueva relación con los países fraternales del entorno socialista, no pretendería imponer su criterio de modelo sociedad, de organización política  o de sistema económico.

La nueva elite en la dirección de la URSS no solo ceso en su esfuerzo de evitar los cambios, sino que los propicio.  A cada país miembro de la fraternidad socialista se le estimulo a encontrar su propio camino de desarrollo, dentro o fuera del sistema comunista, sin temor a la intervención de los tanques soviéticos.

El efecto de la nueva política hacia Europa del Este fue inmediato y profundo.  Primero, los cambios moderados desde la cúspide del poder y después los cambios políticos radicales desatados por las presiones populares y latentes bajo la represión domestica y extraña.  La expresión de la voluntad popular presente en la rebelión alemana de 1953, el levantamiento obrero en Polonia de 1956, la revolución húngara también del 56, la primera de Praga de 1968, las huelgas obreras de Gdansk en 1980 y el surgimiento de “Solidarnosc”, se manifestó de nuevo en 1989 en una carrera hacia el cambio radical y el alejamiento de la URSS que debía implementarse y concluirse antes de que se produjese una temida involución en el proceso de cambio soviético.

Lo rotundo de debacle del comunismo europeo, olvidandonos del estatismo tercermundista ahora vacio de ideología, lo pone en perfecta evidencia Milovan Djilas cuando afirma que el “sistema está en desintegración en todas sus formas, aunque todas las formas no se desintegran con la misma intensidad ni de raíz.  No existe nada que tenga visos de mantenerse.  Es más: nada, ni en el campo político ni en el económico, muestra indicios de un desplazamiento hacia la prolongación del sistema `socialista`, aunque reformado, ni tampoco hacia algún socialismo `mejor´ o mejora socialista.  Simplemente se desintegra y desmorona todo el sistema y aparece el nuevo, todavía no formado definitivamente”.

Por otra parte, el historiador y sociólogo francés Alain Touraine puntualiza incontrovertiblemente  “que no asistimos en ninguna parte a una reforma o a una reestructuración de un régimen comunista, sino, en todas partes, a la salida del comunismo.  En todas partes se ha planteado la misma cuestión, ya formulada por [Eugene] Ionesco: ¿Cómo quitárnoslo de encima?”

Al elegir con libertad, los países del socialismo totalitario y la dictadura del proletario optaron por la democracia y la economía de mercado.  El gran sueño revolucionario de justicia y libertad, trastrocado en la realidad degradante del marxismo-leninismo, ha terminado.

Derechos de Autor

              Pedro Ramón López Oliver. Libro: Cuba: Crisis y Transición. Copyright (c) 1992 by the University of Miami.  Publicado por el Centro Norte-Sur dela Universidad de Miami.  Derechos exclusivos de edición en castellano reservados para todo el mundo.  Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna sin permiso previo del editor.

                                               Notas

1J.A. Schumpeter, Capitalismo, socialismo, y democracia, Madrid: Ediciones Folio, S.A., 1984 95, 223.

2Identificar posiciones mediante el aserto negativo resulta, si no confuso, al menos incompleto.  Sin embargo, en el caso presente utilizo el “no marxista” resultando el parámetro de la definición que de si mismo dio Schumpeter en su momento; distinguiéndose entre “los propugnadores de la sociedad fundada en la empresa privada y los propugnadores del socialismo democrático” se concibió a sí mismo como “uno que no es marxista”.

3Ibid., 194.

4Ludwig von Mieses, Socialísmo, Buenos Aires: Western Book Foundation.

5Agnes Heller, “Las revoluciones gloriosas” de la Europa del Este,” Claves, Oct. 1990: 26.

6Manuel Castells, “La nueva revolución rusa,” Claves, Oct., 1991: 12.

7Michel Tatu, “Un golpe de estado frustrado,” Politica Exterior, 5.22 (1991): 133.

8Ludwig von Mieses, Socialísmo, Buenos Aires: Western Book Foundation.

9Gertrude Schroeder, “The Soviet Economy on a Treadmill of Reform,”Soviet Economy in a Time of Change, 1979

10Wolfgang Leonhard, The Kremlin and the West: A Realistic Approach, London: w.w.

Norton & Company, 1984,

12 Mikhail Gorbachev, Perestroika: New Thinking for Our Country and the World, New York: Harper &Row, Publishers, 1987, 17-22.

13Ibid., 36

14Ibid., 37.

15Leonid Abalkin, “El future del Mercado en la URSS,” Política Exterior 4.15 (1990), 197.

16Abel Aganbegyan, LAperestrika económica: una revolución en marcha, Barcelona: Ediciones Grijalbo, 1989.

17Luis Ángel Rojo, “Reforma económica y crisis en la URSS,” Claves, Mayo, 1991, 20

18Luis Ángel Rojo, “La URSS sin plan y sin mercado, “ Claves, Abril, 1990,26.

19Jean Winiecki, “Por que Polonia se deja adelantar,” Europa se reencuentra, Ed. Marilo Ruiz de Elvira y Carlo Pelanda, Madrid: Ediciones El País, S.A., 1991, 97.

20Manuel Castells, “El comienzo de la historia,” El socialismo del futuro, 1.2 (1990), 72

21Mikhail Gorbachev, “El mundo futuro y el socialismo,” El socialismo del futuro, 1.1 (1990), 10.

22Alexander Pumpianski, “Europa del Este huye de nosotros…¿No valdrá la pena seguir sus pasos?”, Europa se reencuentra, Ed. Marilo Ruiz de Elvira y Carlo Pelanda, Madrid: Ediciones El País, S.A., 1991, 53

23Ibid., 62-63.

24Milovan Djilas, “Sociedad: no; movimiento: si,” El socialismo del futuro, 1.3 (1991), 41.

25Alain Touraine, “El nacimiento de las sociedades postcomunistas,” Claves, Abril, 1991,3.

El imperialismo, la oposición y la unidad partidaria.


El imperialismo

         La proximidad a Estados Unidos ha tenido un rol dual en el desarrollo del proceso revolucionario.  Ha sido para la revolución y para Castro fuente de peligros y de desestabilización, a la vez que ha representado el gran enemigo imprescindible para solidificar la voluntad revolucionaria en torno a la defensa de la patria y la nacionalidad.  La supuesta inminencia de la agresión estadounidense ha servido como coartada para fortalecer la unidad revolucionaria y mantener a una gran parte del pueblo cubano en efervescencia nacionalista.

La política hostil de EE.UU. hacia Cuba ha sido el justificante para el desfasado gasto militar en el presupuesto nacional y el permanente estado de alerta bélica en el que se mantiene el pueblo cubano.  Castro utiliza la falacia del peligro de invasión imperialista (denominación habitual de Castro para EE.UU.) y la realidad del bloqueo comercial impuesto por los Estados Unidos para justificar el desastre económico que ha sido la revolución cubana.

Los países de Europa Oriental no disfrutaron de un enemigo cercano cuya presencia constante fuese capaz de justificar los fracasos del sistema y solidificar la unidad popular en defensa de la nación.  Todavía hoy, cuando la guerra fría ha llegado a su fin, cuando una invasión a Cuba por parte de EE.UU. es, a todas luces, inimaginable, Castro recurre al gastado recurso de la agresión imperialista y de síndrome de David-Goliat para apelar a la dignidad popular y llamar al pueblo a cerrar filas ante el agresor para resistir y vencer:

“Cuando el peligro de agresión es mayor, cuando nosotros necesitamos más armas que nunca, tenemos menos armas que antes… Faltaran recursos, pero no faltara vergüenza, sentido de honor y del deber.  Podemos resistir y podemos vencer.  No defraudaremos al mundo, no defraudaremos a los que sueñan con un mundo mejor.”

La oposición

         En casi todos los países de Europa Oriental existía una oposición interna importante, cualitativa o cuantitativamente, con reconocimiento y legitimidad internacional o domestica.  La iglesia, los movimientos obreros, los colectivos de intelectuales y artistas, y en algunos casos personalidades de gran prestigio y renombre, dieron foco y personalidad a la oposición interna, que logro reconocimiento internacional a la vez que penetraba en la conciencia domestica.  Por otra parte, los grupos de exiliados eran débiles y poco importantes en la confrontación con el poder establecido.  No es así en Cuba.

En el caso cubano, la disensión interna manifiesta en control de espacio político ha sido tardía y menos importante.  La oposición escogió, o fue forzada a ello, abandonar el país antes que lograra desarrollarse como oposición interna, legitima y pacífica.  Como resultado se fortaleció el exilio, numérica y económicamente, y se debilito la oposición interna.

Hasta los años ochenta no surge en Cuba una oposición política, publica y pacífica, que promueve el cambio político consensuado, la reconciliación nacional y el dialogo como metodología para resolver los grandes problemas pendientes como la democratización del sistema político, el desarrollo económico eficaz y real y la reunificación familiar.

Pero la disidencia, que surgió alrededor de los grupos de derechos humanos, no contaba, ni cuenta, con individuos de gran renombre dentro o fuera de la Isla.  Los nombres han tenido que irse haciendo alrededor de una débil y exigua oposición interna, en un proceso lento y difícil.  Elizardo Sánchez Santacruz, Gustavo Arcos Bergnes y María Elena Cruz Valera son hoy las cabezas más visibles de esta oposición y cuentan ya con cierto reconocimiento internacional, a pesar de que los grupos que encabezan son minúsculos y poco conocidos internacionalmente.  Las formaciones de exiliados son mucho más fuertes que la disidencia interna, pero carecen del prestigio y reconocimiento de que gozaron los otrora sectores oposicionistas de Europa Oriental.

En el exilio han surgido dos agrupaciones importantes con visión trascendente del asunto cubano y con capacidad de acción respetable.  La Fundación Nacional Cubano Americana, fue formación de extrema derecha, está basada en Miami y muy vinculada al Partido Republicano de EE.UU.  La Fundación, sin renunciar a una retorica a favor de las soluciones violentas, en la práctica se dedica al cabildeo sobre la cuestión cubana en los corrillos de poder de EE.UU. y de algunos países latinoamericanos, y ahora en la antigua URSS y Europa del Este.  Este grupo ha logrado adquirir una gran influencia sobre la política de EE.UU. hacia Cuba.

El otro grupo, de más reciente formación, es la Plataforma Democrática Cubana, conformada por la convergencia de colectivos liberales, conservadores, democristianos y socialdemócratas, orientada por el periodista liberal Carlos Alberto Montaner.  La Plataforma, basada en Madrid, dedica sus esfuerzos a laborar en el ámbito internacional a través de los correspondientes organismos políticos internacionales a que sus distintas vertientes pertenecen.  Cuenta con algún acceso al Partido Demócrata de EE.UU. y a algunos partidos socialdemócratas latinoamericanos, así como con el apoyo de la Unión Internacional Demócrata Cristiana y la Internacional Liberal Progresista.  La plataforma coincide con el movimiento disidente interno en el rechazo a la violencia como método de cambio y se ha pronunciado a favor del dialogo con el gobierno de Castro.  Tiene vínculos con algunos sectores de la disidencia interna muy especialmente con Criterio Alternativo que lidera María Elena Cruz Valera.

La débil y exigua oposición interna, vista como contrapartida de un exilio fuerte, rico e influyente, ha sido utilizada por Castro para atemorizar a los cubanos de la Isla con la amenaza de que la alternativa al presente es el regreso de los cubanos exiliados, aliados del imperialismo yanqui, a recuperar sus bienes y realizar venganzas y persecuciones anticomunistas.  Castro ha logrado éxito en crear una imagen del exilio como un individuo ajeno a la realidad del país, que ha sufrido las vicisitudes y sacrificios por los que han pasado los habitantes de la Isla.  Un ser egoísta y superficial, preocupado por su beneficio económico personal, y al que solo le interesa el regreso a la Isla para recuperar sus bienes y retrotraer a Cuba a un pasado corrupto y despreciable.  Esto, irónicamente, es un país cuya historia ha sido, en gran parte, escrita y actuada por exiliados, desde las luchas independentistas del siglo XIX hasta los esfuerzos liberatorios del siglo XX.

La unidad partidaria

En los países de Europa del Este se daban serias diferencias ideológicas, personalistas y sectarias en el seno de la organización del partido y del Estado.  Distintas vertientes dentro de los partidos gobernantes se disputaban el poder o estaban listos para hacerlo.

En Cuba, las divisiones parecen ser de mucha menor intensidad, y el Jefe de Estado no es parte de las confrontaciones, sino arbitro de las mismas.  Las diferentes corrientes se disputan el poder disputándose el favor del Jefe de Estado.  Una vez que el máximo líder decide, la unidad partidaria se restablece y solo existen desavenencias o debates en aquellas áreas donde el máximo líder permite o deja sin resolver.

A diferencia de lo que sucedía en la URSS y los países del antiguo entorno comunista, no existen en Cuba grandes fisuras dentro de la dirigencia como para que algún sector pretenda utilizar las crisis ideológicas para mejorar su posición política a expensas de otras vertientes dentro del partido.  En Cuba hay un gran sector que es Castro, y cualquier otra facción solo busca aprobación.

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              Pedro Ramón López Oliver. Libro: Cuba: Crisis y Transición. Copyright (c) 1992 by the University of Miami.  Publicado por el Centro Norte-Sur dela Universidad de Miami.  Derechos exclusivos de edición en castellano reservados para todo el mundo.  Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna sin permiso previo del editor.

El fin de la revolución cubana. (Capitulo II. Cuba: Crisis y Transición.)


Los cambios radicales ocurridos en la URSS y la Europa Oriental han tenido importantes repercusiones en la sociedad cubana a pesar de no haberse traducido en cambios liberalizadores de sus estructuras políticas y económicas.  El efecto en el orden práctico e ideológico ha sido devastador, aunque Cuba no ha podido ignorar las transformaciones sistemáticas ocurridas en la antigua URSS y el resto del mundo comunista, las características singulares de la revolución cubana hacen supones que las repercusiones de tales transformaciones se manifiesten en Cuba de formas y maneras sustancialmente diferentes, tanto en su alcance como en su profundidad y su tempo.  La naturaleza del régimen cubano y, sobre todo, el carácter y las peculiaridades de su líder, Fidel Castro, sitúan el caso isleño en contexto aparte.

Características singulares de la revolución

La democratización del mundo comunista ha tenido, sin duda, efectos importantes en la isla, pero su repercusión no ha sido de tal envergadura que se pueda considerar como “históricamente inevitable” e inminente la transformación de la sociedad cubana en su ordenamiento económico y político.  Es lógico que en Cuba ocurran cambios y transformaciones serias en la organización socioeconómica y política del país, pero estos se realizaran a un ritmo muy lento, con toda la prudencia que requieren cambios que pueden, si se van de la mano, desestabilizar totalmente el complicado entramado organizativo de una sociedad totalitaria.  Cualquier intento de reformas estructurales que tiendan a aliviar los efectos perniciosos que sobre Cuba han tenido los cambios en los países del Este y la antigua URSS es rechazado por Castro, aun a expensas del continuo aumento en las dificultades económicas de toda índole.

Hay una serie de factores clave que coinciden en la situación cubana y que dificultan extremadamente el cambio espontáneo o la reacción inmediata concatenada con las transformaciones del mundo comunista europeo.  Algunos de estos factores han estado presentes en una o en varias de estas sociedades, pero el cumulo de situaciones que se producen en el caso cubano se convierten en un formidable freno al cambio político-económico espontaneo o rápido y hacen de Cuba un caso diferente.

El caudillismo carismático de Castro y la dependencia de la revolución en su persona son los factores determinantes que impiden el cambio.  Otros elementos son los negros, como grupo social mayoritario y con cierta fidelidad especial al movimiento revolucionario; los Estado Unidos, como enemigo preferido y elemento galvanizador de las fuerzas revolucionarias mediante el recurso a los sentimientos nacionalistas más primitivos; la oposición, el exilio como segundo enemigo preferido que se utiliza para atemorizar al pueblo cubano ante el supuesto espíritu de venganza o recuperación de esa comunidad, la unidad aparente del Partido Comunista Cubano y las fuerzas armadas; los altos niveles de represión impuestos en Cuba por el castrismo; la desaparición casi absoluta de las instituciones del antiguo orden social y la fragilidad del acervo cultural y social de ese orden vencido; los logros, elevados a mitología, de la revolución en las presentaciones sociales y en el campo internacionalista y, desde luego, muchas otras peculiaridades menores.

El caudillismo

         La revolución cubana tiene ciertas características esenciales que dificultan y complican la realización de transformaciones sustanciales en la sociedad revolucionaria.  La característica más evidente y más trascendental es el caudillismo presente en el proceso revolucionario desde sus mismos orígenes.

Castro es la encarnación del clásico caudillo latinoamericano, con los matices de la contemporaneidad y la ideología.  El Nobel de literatura mexicano Octavio Paz, en una conversación con Claudio Fell publicada en la revista mexicana Plural 50 (1975) describe así al caudillo:

“El caudillo es heroico, épico, es el hombre que esta mas allá de la ley, que crea la ley.  El presidente es el hombre de la ley: su poder es institucional.  Los presidentes […] tienen poder mientras son presidentes […] pero deben su poder a la investidura.  En el caso de los caudillos hispanoamericanos, el poder no les viene de la investidura, sino que ellos dan a la investidura el poder”.

Sigue diciendo Octavio Paz que los grandes problemas del caudillismo son la legitimidad y la sucesión:

“Aquí aparece al lado del tema del poder terrible.  Otra vez el tema de la legitimidad.  El misterio o enigma del origen […] El caudillismo, que ha sido y es el verdadero sistema de gobierno latinoamericano, no ha logrado resolverlo, por esto tampoco ha podido resolver el de la sucesión.  En el régimen caudillesco, la sucesión se realiza por el golpe de Estado o por la muerte del caudillo.  El caudillismo, concebido como el remedio heroico contra la inestabilidad, es el gran productor de inestabilidad en el continente.  La inestabilidad es consecuencia de la ilegitimidad”.

Quizás la característica esencial de la revolución cubana sea el sincretismo entre el personalismo caudillista original de la revolución y el bagaje ideológico del marxismo-leninismo, integrado a posteriori; el caudillismo típico latinoamericano fortalecido por una ideología de carácter global: el marxismo-leninismo, que provee de cierta legitimidad a quien de otra forma sería un mero caudillo a ultranza.  Estas dos condiciones que se acompañan e integran preservando cada una de sus características naturales esenciales, convirtiendo la experiencia revolucionaria cubana en un curioso exponente de sincretismo político.  El caudillismo obtiene legitimidad de ideología y a la inversa, el marxismo-leninismo obtiene legitimización popular del respaldo y por la voluntad del caudillo, Fidel Castro.  La ideología legitimíza al caudillo.  El caudillo legitimíza la ideología.

Desde el inicio de la etapa insurreccional el 26 d Julio de 1953 hasta el discurso de Fidel Castro el 1° de Diciembre de 1961, en el que se declaro a sí mismo y a la revolución como marxista-leninista, el rumbo ideológico y doctrinario de la revolución se caracterizo por su dinamismo.  Durante toda la etapa insurreccional y los primeros meses de la revolución en el poder, el movimiento revolucionario se identifico con el reformismo progresista latinoamericano y con los movimientos socialdemócratas cubanos conocidos como el autenticismo y la ortodoxia.  Sus fundamentos ideológicos fueron antiimperialismo, el nacionalismo, la reforma agraria, la industrialización, la libertad política, etc. En resumen, un ideario reformista burgués muy en su tiempo y su época.

En los primeros meses de la revolución, Fidel Castro la definió como “humanista” y sus principios políticos y sociales como “humanismo democrático”, un camino equidistante del comunismo y del capitalismo que postulaba un sistema respetuoso de las libertades del ser humano y prometía un futuro donde, según sus propias palabras, no hubiese: “pan  sin libertad, ni libertad sin pan.  Ni dictaduras de hombres, ni dictadura de castas u oligarquías de clases.  Libertad con pan sin terror”.

Una vez en el gobierno, la ideología de la revolución va cambiando para amoldarse a los requisitos del régimen y su líder.

Lo que se mantiene constante es la voluntad de protagonismo de Fidel Castro, su incontrolable necesidad de poder personal absoluto.  Esta característica de Castro se manifiesta ya en la etapa insurreccional, cuando pretende y logra que su movimiento sea el preponderante dentro de cualquier alianza o acuerdo oposicionista y obtiene para sí el control absoluto de la actividad insurreccional contra la dictadura de Batista.

El absolutismo personalista de Fidel Castro se agudizo una vez en el gobierno.  Los dos primeros años se caracterizaron, entre otras cosas, por su acumulación de poder a expensas de los demás grupos, líderes e instituciones.  Castro muestra un voraz apetito por el ejercicio del poder de forma ilimitada, sin balances, equilibrios o parámetros.  Cualquier intención o esperanza de oposición legítima y condena del comandante Huber Matos.  La condena de Matos marca el momento a partir del cual cualquier crítica o disensión se cataloga como traición.

Las características de personalismo y caudillismo de la revolución cubana no solo se han moderado con el transcurso de treinta y tres años de poder absoluto, sino que se han acentuado.  En palabras del periodista y documentalista estadounidense, admirador de Castro, Saúl Landau:

“Fidel, como Luis XIV, es el Estado, su presencia sigue paralizando a Cuba.  La gente que ha alcanzado la edad adulta con Fidel, comprende que las instituciones y la constitución que el creo, nunca podrán ser puestas a prueba mientras no haya hecho mutis.  Fidel, quizá sin querer, socava todas las decisiones que no son suyas: ya que puede, a discreción, cambiar una ley, un decreto, un plan económico…”

De ahí que la conformación final del Estado cubano haya sido singular.  Al implantar la revolución, el fidelismo desbordo su marco original de movimiento de masas y constituyo todo un sistema de gobierno donde eventualmente se fundió el pensamiento marxista-leninista con un profundo caudillismo y se conformo un estado totalitario monocratico, fundamentado en la dominación del caudillo sobre el Partido, el Partido sobre el Estado y el estado sobre la sociedad; un sistema donde siempre prima el caudillo, legimitizado por la ideología y por su carácter histórico de héroe libertador y padre de la revolución.

El Estado cubano ha quedado conformado como un Estado sincrético de caudillo e ideología en el que la ideología — marxismo-leninismo — es legitimizada por la comunión con el caudillo, quien esta mas popularmente consensuado que el sistema; la permanencia del caudillo en el poder es legitimizada por el andamiaje ideológico del marxismo-leninismo.

Según el sociólogo cubano Juan Valdez Paz:

“En este país existen dos sistemas políticos:  Fidel y las masas, y el partido y la sociedad; el  liderazgo de Fidel es una realidad nacional, un fenómeno histórico inevitable.  El problema, para la revolución cubana, es como despersonalizar en el futuro el sistema político.  Fidel tiene más consenso social que el mismo sistema…”

Mas sucintamente, el eminente sociólogo estadounidense y gran conocedor de asuntos cubanos, Irwing Louis Horowitz, explicando la estalinización del castrismo, apunta que “La nación se reduce a si misma a el mismo”.

Desde luego que el caudillo que caracteriza al régimen cubano y que es parte integral del proceso revolucionario, no es único en la historia del marxismo-leninismo; todo lo contrario.  Los grandes líderes de las revoluciones marxistas autóctonas, Mao, Lenin, Stalin, Kim Il Sung, Castro, ejercieron, o ejercen, una influencia desmedida sobre sus revoluciones y sus pueblos durante, y aun después de, sus vidads.  Kim Il Sung y Castro son los únicos que aun viven.  Ambos siguen al frente de sus respectivos países como Jefes de Estado y líderes máximos del proceso revolucionario.  Esta es una de las características diferenciadoras más importantes entre Cuban y los países de Europa del Este.

La presencia del caudillo y padre de la revolución, omnipotente y omnipresente, permea y controla la vida de la nación, dando lugar a una sociedad fundada sobre un líder supercarismatico y un estado autocrático.  El gobierno cubano, a diferencia de casi todos los otros gobiernos comunistas del mundo y similarmente al antiguo gobierno rumano y al actual de Corea del Norte, es un gobierno perfectamente monocrático, donde la voluntad de un hombre prevalece ante todo y ante todos.

Aunque está claro que Fidel Castro no toma todas las decisiones en Cuba, si toma todas aquellas decisiones que desea tomas.  Todas sin interferencia individual o institucional.  Todo el poder de decisión se concentra en una persona, que solo consulta a quien desea sobre los temas que desea.  Fidel Castro es el fundador de la nueva sociedad, el líder máximo de la insurrección histórica y de la revolución; el padre, el brazo armado, el hombre pensante, el guerrero, el ideólogo, el jefe de la economía, de la cultura, de la sociedad, el árbitro social y político.  Sus ideas, enmarcadas en sus discursos, se convierten en dogma y la opinión expresa de los cubanos es copia a carbón de la del máximo líder.

Fidel Castro supone comunicarse directamente con el pueblo y encarnar las aspiraciones del pueblo, sin tener que depender de las asociaciones de masa o de los organismos oficiales.  Supone existir una relación directa y simbiótica entre el líder y su pueblo, que le permite dirigir la revolución en perfecta comunión con sus seguidores sin necesidad de cuadros intermedios.  Castiga y recompensa directamente, y solo existe en el país la autoridad que el emana, que no puede ser ejercida por otros sino por delegación de el.  En fin, un sistema monocratico digno de libros de textos de politología y sicología.

Este tipo de organización estatal es radicalmente diferenciable de la de los otros países socialistas.  En Cuba, solo un hombre decide el camino del país, solo Fidel Castro Puede decidir qué cambios o reformas son deseables y aceptables en cada momento y ordenar su implementación o su abandonado.

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“Perestroika” y “Glasnost”. (Cuba: Crisis y Transición)


Según Gorbachev, la situación de crisis social y económica por que atravesaba el país dio lugar a que ya en la reunión plenaria del PCUS de Abril de 1985, tan solo un mes después de su toma de posesión, se presentase al partido un plan inicial que había de servir de base al trabajo de reestructuración que la URSS requería.

Pero sus planeamientos se limitaron a lo que concebía como uno de los graves errores de permisividad de la era brezhneviana: la desvinculación entre el individuo y los principios socialistas en la vida cotidiana del soviético de a pie.  En su informe al pleno, Gorbachev acentuó la necesidad de vincular estrechamente al individuo con la ideología, de manera de influir con efectividad el comportamiento del ser humano bajo el comunismo.

Gorbachev reencauzó el relevo de dirigentes comenzado por Andropov en 1983, pero sin embargo no renuncio a los planteamientos de la época de Brezhnev hasta principios de 1986.

Con motivo, quizás, de las manifestaciones del propio Gorbachev, se ha generalizado la idea de que el comienzo “oficial” de la perestroika debe considerarse como el XXVII Congreso del PCUS, celebrado en Moscú del 25 de Febrero al 6 de Marzo de 1986, aunque no fue hasta la primavera de 1987 cuando el termino de perestroika comenzó a utilizarse públicamente por Gorbachev y el resto de la dirigencia soviética.

En sus orígenes, la perestroika se definió como un esfuerzo heroico en la reestructuración del socialismo soviético.  Una reestructuración profunda que pretendía unir el socialismo con cierta forma de democracia; pero todo, sin duda, dentro del campo socialista.  Según Mijail Gorbachev:  “Me gustaría aclarar de nuevo que estamos efectuando nuestras reformas de acuerdo con la opción socialista.  Estamos buscando dentro del socialismo, en lugar de fuera, las respuestas a las interrogantes que surgen[…] procederemos dentro del socialismo en lugar de alejarnos de él.  Y decimos esto con toda honestidad, sin intenciones de engañar a nuestro pueblo ni al mundo.  Cualquier esperanza de que nosotros construyamos una sociedad diferente, una sociedad no socialista y nos pasemos al otro bando, son esperanzas irreales y fútiles”.

Mijail Gorbachev caracterizo la crisis del comunismo soviético, no como el producto de fallas inherentes al sistema, sino como resultado de la falta de consistencia en aplicar los principios del socialismo.  Entendió que el alejamiento de la sociedad y la economía de los principales socialistas y la distorsión de tales principios junto con la incorrecta aplicación de métodos y formulas de administración socialista, componían la razón básica de la crisis económica.  Entendió como un gran error la utilización de técnicos de administración que empleados en las etapas primarias del socialismo perdieron su validez ante el desafío de la administración contemporánea.  De ahí su renuncia inicial a incorporar al debate social, opciones de desarrollo basadas en los conceptos tradicionales de la economía de mercado.

A partir del énfasis en la revisión y reestructuración de la economía soviética, Mijail Gorbachov propuso el glasnost, o la transparencia.  La transparencia en    la acción gubernamental y el sometimiento del aparato estatal a la crítica y el juicio de la población.  Desde el glasnost, Mijail Gorbachev estimulo la participación ciudadana — obreros, campesinos, científicos, estudiantes, profesionales— en la discusión, diseño e implantación de los planes de renovación económica y social que en su conjunto incluían reestructuración política y renovación democrática.  Oficialmente se amplió el espacio de discusión permitido, al punto de que se hizo imposible controlar los límites de la discusión sobre el futuro del país.  La intención de limitar el debate a la reestructuración económica dentro del socialismo o la economía planificada pronto desapareció como limitante a la perestroika.

         De ahí las manifestaciones de Leonid Abalkin,  a la sazón vice-presidente económico del gobierno soviético, en una entrevista a Literaturnaya Gazeta, posteriormente producida y traducida al castellano, donde utilizando el espacio de debate económico propone la economía de mercado como potencial solución de los problemas de la URSS:

“El paso al mercado es un problema de la máxima importancia, el siglo XX lo ha confirmado plenamente: solo una economía de mercado es capaz de asegurar la eficiencia que necesita una economía nacional.  La praxis mundial no conoce ni un solo país altamente desarrollado que careciera de estructuras de mercado.  Al mismo tiempo, los países que no disponen de estructura de mercado, dan ejemplos de inflexibilidad, baja eficiencia, retraso en el progreso tecnológico.  El mercado resulto un fenómeno dado a luz por la civilización humana por vía de la selección natural”.

Desde la reforma constitucional de Diciembre de 1988, el ámbito del debate se amplió considerablemente y lo que se comenzó a discutir en la URSS, desde entonces, fue la reestructuración de la economía soviética, ya no dentro de la opinión socialista, sino todo lo contrario, desmantelando el centralismo burocrático para adaptar la economía soviética a una economía de mercado pluralista donde coexistiesen unidades de producción y distribución estatales, privadas, cooperativistas, etc., pero todo respondiendo a una política de precios, producción y distribución sujeta a las realidades de la economía de mercado.  Abel Aganbeyan hace un análisis profundo y detallado de la economía soviética y sus reformas aunque sus propuestas son menos atrevidas que las de Abalkin.

A partir de 1990, los límites al debate sobre futuro soviético desaparecen.  La liberalización estimulada por Gorbachev provoca, además de una expectación liberadora y de progreso económico en la población, innumerables problemas y conflictos de toda estirpe.  Probablemente el más acuciante fue el de las tensiones y confrontaciones entre las repúblicas y el gobierno central.

Un grupo de repúblicas se proclamaron independientes; otro grupo importante de repúblicas, incluyendo Rusia, manifestaron sus intenciones de desarrollarse con gran autonomía y semiindependencia del gobierno central; y aun alguna provincias, respondieron a sus etnias preponderantes, pretendieron lograr autonomía o independencia de sus repúblicas correspondientes.

Las tremendas confrontaciones y pugnas entre los grupos conversadores y reformistas dentro de la legislatura soviética y la aparente indecisión de Gorbachev en marcar camino claro, paralizaron al país, descarrilando las propuestas sobre transformaciones económicas y poniendo en peligro los logros políticos del glasnot.  A los seis años de perestrika y glasnot la confusión y el desorden en la Unión Soviética se convirtieron en parte del común acontecer.  El reformismo no termina de cuajar.

Del gobierno soviético surgieron propuestas tan audaces como las de Stanislav Shatalin, quien puso sobre la mesa un plan de 500 días para pasar a una economía de mercado, y tan timoratas como las de, a la sazón primer ministro, Nikolai Rizkhov.  Hasta principios de 1991 se avanza un poco en la transformación de la sociedad y la economía soviética.

Mientras en los países otrora satélites se opto por claras y definidas avenidas de desarrollo económico y la democratización de sus regímenes se hizo palpable e institucional, la madre de los cambios, la URSS, se sumergió en un agudo estado de crisis que permea todos los ámbitos sociales.  Es necesario reconocer que quizás la gran diferencia entre el ritmo de cambio en la URSS y en los países de Europa del Este, fue el profundo cambio ocurrido en estos últimos — salvo Rumania y Bulgaria — que determino el reemplazo sustancial de las dirigencias comunistas, mientras que en la URSS el aparato burocrático permaneció más o menos intacto.

El economista español Luis Ángel Rojo, en un análisis sobre las reformas soviética, entiende que “…ningún marxista podía creer que la burocracia planificadora, el aparato del PCUS o las autoridades locales fueran a colaborar de buen grado en los proyectos que iban en contra de sus intereses; y, así Gorbachev y su entorno pudieron comprobar cómo las medidas flexibilizadoras, introducidas a partir 1987, eran debilitadas en sus efectos por las normas, interpretaciones y conductas con las que esa extensa burocracia condiciono su aplicación y ratifica muy acertadamente las contradicciones de este periodo soviético que ya había calificado como uno a la deriva, “sin plan, ni mercado”.

Por otra parte, el economista polaco Jean Winiecki coincidió en que era así, “porque aquellos que controlan el sistema económico soviético y viven de ese sistema, es decir, los apparatchiki (funcionarios del partido) y burócratas del Estado, siempre han sido capases de detener el proceso de transición.  La transición podrá empezar en serio solo después de una ruptura del monopolio comunista del poder”.

El sociólogo español Manuel Castells analizo la situación soviética desde una referencia cautelosa y preocupante que dejaba ver la posibilidad involutiva en el proceso reformista.

A pesar de las innumerables contradicciones y confrontaciones, producto de los cambios y las reformas auspiciadas por Gorvachev, el panorama soviético parecía comenzar a despejarse.  En Abril de 1991, nueve de las quince repúblicas soviéticas firmaron un protocolo con el poder central que estableció una serie de principios sobre los cuales se desarrollarían las relaciones futuras entre Moscú y las repúblicas.  El acuerdo preveía una relación tendente a la confederación, donde Moscú renunciaba a un cumulo importante de autoridades sobre las repúblicas y estas preservaban su soberanía.  Además, se establecieron ciertos criterios para que las repúblicas que no quisieren pertenecer a la Unión — probablemente las seis repúblicas no firmantes — pudieran separarse formal y pacíficamente de la URSS.

El 29 de Mayo de 1991, Yevgeni Primakov, asesor del presidente soviético, presento las primicias de un nuevo plan económico para la URSS a los asesores del presidente estadounidense, George Bush.  El nuevo plan fue llamado “programa anti-crisis” presentado por el mismo ministro Valentín Pavlov en Marzo de 1991, y que después de haber sido sujeto a múltiples reformas y revisiones se convirtió en aceptable a 13 de las 15 repúblicas soviéticas.  Solamente Estonia y Georgia rechazaron el convenio.

Los logros de los primeros meses de 1991 en cuanto a cooperación y entendimiento entre las repúblicas y el poder central parecían aminorar el peligro de desintegración y desaparición de la URSS como gran potencia mundial.  Por otra parte, en el nuevo plan económico se establecían la privatización, la inversión extranjera y el sistema de mercado como componentes esenciales para el desarrollo económico de la URSS.

El programa presentado por Pavlov intentaba conjugar el del gobierno central con las propuestas de Shatalin auspiciar la transformación absoluta de la economía soviética abandonando definitivamente los conceptos de producción y distribución económica centralmente planificada, sustituyéndolos por los de una economía descentralizada que respondiese a los estímulos del mercado.  Parecía que definitivamente la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas avanzaba hacia una nueva forma de unión con un plan sensato y consensuado.

Ya ha mediados de 1991 se manifestaba cierta tendencia hacia el progreso y la democratización, aunque interrumpida por tropezones y retrocesos que hacían el camino mucho más difícil e inseguro pero que no terminaban con la esperanza de cambio hacia una sociedad mejor.  Gorbachev lo explico con franqueza:

“Hay que decir que la perestroika ha resultado ser un proceso difícil y doloroso.  Mas difícil de lo que nos imaginábamos al principio.  Cada paso adelante por el camino de la renovación de la sociedad saca a la superficie nuevos problemas.  Hoy día nuestra sociedad atraviesa, seguramente, la etapa más responsable.  Es muchísimo lo que se juega en una sola carta.

Nosotros no renunciamos al socialismo, sino a todo lo que le es ajeno…. Pero una cosa esta clara (y eso confirma nuestra experiencia): el socialismo no se puede implantar por la violencia.  El “socialismo” forzoso es funesto para el ideal socialista, es una profanación.

En el crisol de la perestroika nace la nueva y moderna concepción del socialismo humanitario y democrático.”

Los graves problemas políticos y orientativos de la URSS parecían terminarse durante el mes de Julio de 1991 cuando Gorbachev hizo nuevas concesiones al presidente ruso Boris Yeltsin y a las repúblicas, las cuales serian formalizadas en un tratado a firmar el 20 de Agosto de 1991, mediante el cual se traspasaba a las repúblicas el control de sus economías y se allanaba el camino para instituir reformas económicas fundamentales que no podían ser entorpecidas por el PCUS ni por los sectores más conservadores del gobierno central.  A la vez, estas reformas sentaban bases legales las cuales, al conceder mayor autoridad a las repúblicas, ponían en peligro el desenvolvimiento y la supervivencia del gobierno central.

La inminencia de la firma del pacto interrepublicano, la parálisis económica del país y la agudización de los antagonismos dentro de la dirigencia, entre otros, fueron los factores propulsores de la intentona golpista del 19 de Agosto de 1991.  Paradójicamente, el fracaso del golpe de Agosto acelero el fin del comunismo en la URSS y probablemente en el mundo.  Los sectores conservadores soviéticos perdieron su fuerza política, el nacionalismo y mercadismo de Yeltsin prevaleció sobre la agotada pretensión gorbacheviana de reformas dentro de las estructuras del centralismo comunista y por otra parte, el proceso de apertura política y económica se abrió de par en par, mientras que la desintegración nacionalista se aceleraba.  Del fracaso de la perestroika nació algo nuevo que parece abrazar la democracia y la economía de mercado como parangón del nuevo sistema.

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              Pedro Ramón López Oliver. Libro: Cuba: Crisis y Transición. Copyright (c) 1992 by the University of Miami.  Publicado por el Centro Norte-Sur dela Universidad de Miami.  Derechos exclusivos de edición en castellano reservados para todo el mundo.  Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna sin permiso previo del editor.

Las Reformas y Las Reformas a las Reformas. (Cuba: Crisis y Transición)


La relativa libertad intelectual durante los años de Krushchev hizo viable cierto debate sobre las posibilidades del modelo económico soviético y sus problemas más acuciantes.  En Abril de 1962, el economista Evsei G. Liberman, protegido del académico V.S. Nemchinov y por influencias de este, logro presentar sus propuestas de reformas ante el Consejo Científico de la Academia de Ciencias de la Unión Soviética.  Legitimadas por tal presentación, las teorías de Liberman fueron difundidas y puestas a debate nacional en un artículo suyo: “plan, Renta y Bonificación” publicado por Pravda en Septiembre de 1962.  La publicación del artículo de Liberman provoco el más intenso debate sobre la economía soviética y su organización, desde el triunfo de la revolución rusa hasta Gorbachev.

Liberman propuso serios y profundos cambios estructurales en la organización de los sistemas de producción y distribución de bienes.  Propuso incrementar las responsabilidades de los gerentes a expensas del aparato de planeamiento centralizado, manteniendo el último sus facultades para determinar los niveles de producción de las empresas, pero autorizo a los gerentes a determinar la  composición de la producción.  Con esta división de facultades se pretendía que el cálculo económico específico y complejo, sujeto a las variaciones de la oferta y demanda, se simplificase al permitir que las decisiones fuesen tomadas a nivel gerencial.  Al colocar la capacidad de decisión productora a nivel gerencial, se limitaría la necesidad de información requerida a aquella pertinente a cada gerente individual para el desempeño de sus funciones específicas.

También fue otra de las propuestas de Liberman que este sistema decisional fuese acompañado de un sistema de bonificación que premiase al gerente según la eficiencia y rentabilidad de la empresa en mediaciones a largo plazo.  Sin embargo, las propuestas de Liberman no incluyeron reformas en el sistema de precios y costos, lo que fue cuestionado por los reformistas más radicales, quienes argumentaron que un sistema basado en la libertad y la rentabilidad gerencial tenía que ir de la mano con reformas en la adjudicación de los precios para que estos realmente reflejaran los valores de todos los ingredientes de la producción.

En 1965, el Soviet Supremo adopto una serie de reformas económicas en línea con las propuestas del profesor Liberman, pero preservando mas facultades a nivel de planeamiento central y con serias limitaciones en la determinación de precios.  Estas reformas oficiales, aunque limitadas, representaron una disminución del poder de los apparatchiki.  Por lo tanto, desde el primer momento recibieron la oposición del aparato burocrático, que trato de obstruir y hasta sabotear el proceso de reformas.

Desde 1965, la URSS estuvo sujeta a reformas, rectificaciones y contrarreformas de manera constante, sin lograr mejorar la eficiencia ni descentralizar la economía; por el contrario, durante los años sesenta y setenta, el ritmo de desarrollo económico continuó descendiendo.  Según Gertrude Schroeder, hacia mediados de los setenta, al final de una década de reformar las reformas, la naturaleza del sistema económico soviético no se había alterado de manera esencial.  El sistema mantuvo sus características fundamentales de rígida planificación, rígida centralización, producción deficiente, racionamiento formal de casi todos los artículos de consumo, precios artificialmente establecidos por el poder central e incentivos basados en el cumplimiento de los planes centrales.

Como indica Wolfgang Leonhard, los ochenta se iniciaron en la URSS con una crisis palpable en todos los órdenes de la vida civil.  Las contradicciones entre la demanda socio-económica de la sociedad industrializada y la magra oferta de un sistema de producción fundamentado todavía en la organización estructural estalinista, produjeron un sustancial desfase entre las necesidades del pueblo y la oferta estatal.  Esta severa inconsistencia entre la demanda popular y la oferta oficial arruino la moral de la población y resquebrajo su dependencia en el edificio ideológico del marxismo-leninismo.

El marxismo-leninismo ofreció al pueblo soviético un sistema completo de pensamiento por el cual “científicamente” se terciaba del lado de la historia y del mañana y se monopolizaba la razón.  La doctrina suplía los instrumentos necesarios para analizar el futuro y el presente con infalibilidad, y para explicar todas las interrelaciones entre la sociedad, la política, la economía, la ciudadanía y la estructura doctrinal e ideológica.

El determinismo histórico proveía el fundamento y la certeza de que se avanzaba indefectiblemente hacia el progreso, la sociedad sin clases, la libertad económica y política y la felicidad.  Más, sin embargo, las cualidades y limitaciones de la vida cotidiana, en tremenda contradicción con los postulados ideológicos del marxismo-leninismo, erosionaron la legitimidad y credibilidad de la ideología.  La escases de productos de consumo, la crisis de la vivienda, el fracaso de la agricultura, el surgimiento de una nueva clase privilegiada, el incremento del robo, el soborno, el ausentismo, la alcoholización de la población; en fin, el abismo cada vez más amplio entre la teoría y la realidad de la sociedad soviética, apuntaron hacia el desplome efectivo del “socialismo dictatorial” y la imperiosa necesidad de profundos cambios en el sistema.

El economista español Rafael Termes, en un análisis de la situación de la URSS y los países de Europa del Este, resume la problemática certeramente al manifestar que “si bien los sistemas socialistas, impuestos y mantenidos por la fuerza, consiguieron incrementar los niveles de producción durante las primeras y elementales etapas de reconstrucción industrial, resulta de toda evidencia que son incapaces de conseguir que las economías evolucionen hacia sistemas modernos, complejos y tecnológicamente avanzados de producción”.

Por otra parte, Mijail Gorbachev hace un análisis de la realidad soviética mucho más amable, pero con el mismo resultado:

“En algún momento — esto se hizo clarísimo en la segunda mitad de los años sesenta — sucedió algo que pareció a primeras luces inexplicable.  El país comenzó a perder impulso, los fracasos económicos se hicieron más frecuentes.  Las dificultades se empezaron a acumular y empeorar, los problemas sin resolver se multiplicaron.  Elemento de lo que nosotros llamamos estancamiento y otros fenómenos ajenos al socialismo comenzaron a hacerse presentes en la sociedad.  Se formo un tipo de “mecanismo de Freno” que afecto al desarrollo social y económico.  Y todo esto sucedía mientras la revolución científica y tecnológica ofrecía nuevas posibilidades de desarrollo económico y social[…] Analizando la situación, nos encontramos con un debilitamiento del crecimiento económico.  Durante los últimos quince años , el nivel de crecimiento del producto nacional había disminuido en más de un cincuenta por ciento, y ya para principios de los ochenta, había descendido a niveles cercanos al estancamiento económico[…] La brecha en la eficiencia de la producción, la calidad de productos de tecnología avanzada y el uso de técnicas avanzadas, comenzó a acentuarse y no a nuestro favor[…] El consumidor se encontró totalmente a merced del productor y debía arreglárselas con lo que este decidiera darles[…] continuamos gastando más en materia bruta, energía y otros recursos por unidad de producción que otros países desarrollados.  Pero esto, desafortunadamente, no lo es todo: comenzó una erosión gradual de los valores morales e ideológicos de nuestro pueblo[…] Resultando en una brecha de credibilidad[…] el país estaba al borde de una crisis.”

Durante la era Brezhnev se exacerbo la crisis y se desemboco en el estancamiento económico de la sociedad soviética.  A la muerte de Brezhnev, en noviembre de 1982, lo sustituyo Yuri Andropov quien, consciente de la crisis de la sociedad soviética, inicio de inmediato una serie de reformas administrativas que incluyeron el reemplazo de cientos de dirigentes medios e intermedios del aparato burocrático.  Andropov anuncio el emprendimiento inevitable de serios cambios estructurales y estimulo el debate sobre las opciones de reformas económicas dentro de la ortodoxia marxista-leninista.

El cortísimo periodo de Andropov termino con su fallecimiento en Febrero de 1984; fue sustituido por Konstantin Chernenko quien a su vez, falleció en Marzo de 1985, pero no sin antes haber logrado interrumpir las incipientes reformas de Andropov.  Inmediatamente Mijail Gorbachev fue electo secretario general del Partido Comunista de la Union Sovietica (PCUS).

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El Anquilosamiento Económico. (Cuba: Crisis y Transición)


Sin embargo, el sistema que hizo posible la industrialización masiva y expedita de la URSS, acercándola a la modernidad y convirtiéndola en un país de economía desarrollada, se mostro incapaz de mantener un ritmo de crecimiento económico adecuado como país desarrollado.  Funciono el planeamiento centralizado cuando se trato de volcar todas las energías y recursos del país en un limitado grupo de áreas vitales para el desarrollo, o sea, cuando la producción tuvo que responder a las necesidades previsibles del país y no a las necesidades y gustos de la población.  De ahí que el centralismo se ha demostrado funcional cuando la demanda de la producción es fácilmente determinable por el Estado, pues corresponde a necesidades sociales y no individuales.  Pero cuando la economía soviética se desarrolla y adquiere perfiles de mayor complejidad, la demanda tecnológica e informática de la nueva economía se acentúa y la capacidad del sistema se agota.

Se estima que la URSS produce entre doce y quince millones de artículos diferentes.  La capacidad de compilar y procesar la información económica requerida, a tiempo para adquirir los recursos, producir y distribuir productos de manera socialmente eficaz, esta mas allá de las habilidades informáticas más avanzadas.  No hay sistema centralizado que no pueda recibir, evaluar y procesar la información necesaria para el manejo y administración de una economía moderna.

Esta gran falla del socialismo como sistema de producción y distribución centralizado fue anticipada por el economista austriaco Ludwig von Mises en su obra capital de crítica y análisis teórico del socialismo.  En ese estudio, von Mises planteo ya, de manera lapidaria, que la gran falla insuperable del socialismo en su cariz productor y distributivo, es su incapacidad para el cálculo económico fiable.”

El sistema que logro el milagro económico en la URSS, manteniendo un elevadísimo ritmo de crecimiento económico durante la primera mitad del siglo, llego a su cumbre en la década de los sesenta; a partir de entonces inicio un declive permanente en todos los ámbitos de actividad social y económica.  El “comunismo real”, que fue capaz de industrializar y modernizar la URSS, fracaso ante el desafío de la revolución tecnológica occidental y fue incapaz de incorporar el mundo comunista a la nueva tecnología y la contemporaneidad.

Desde finales de los sesenta, la crisis en la oferta de bienes de consumo manufacturados se ha incrementado notablemente.  A partir de 1972, los conflictos en la agricultura se agudizaron a tal extremo que la URSS se vio obligada a realizar gigantescas importaciones de grano para evitar una gran crisis domestica en la alimentación.  Por otra parte, la producción industrial cayó en una espiral de deterioro continuo, caracterizado por la ineficiencia, los altos costos y la baja calidad de los productos terminados.

Ya hacia finales de la década de los cincuenta y principios de los sesenta, se hizo evidente para muchos economistas, soviéticos y occidentales que la económica de la URSS requería rectificaciones y reformas sustanciales.

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La Acumulación Socialista Primitiva. (Cuba: Crisis y Transición)


Según Probrazhensky, resultaba imprescindible incrementar rápidamente el desarrollo industrial poniendo el énfasis nacional en la reinvención del capital generado en bienes de producción, para que estos, a su vez, contribuyeran a la superindustrialización que requería la URSS.  Lo original de la propuesta de Preobrazhensky consistió en que el sacrificio requerido para esa superindustrialización debía ser afrontado por el campesino soviético.  Se trataba de obligar al campesino a producir y vender bienes de consumo agropecuarios a precios controlados por el estado y fijados, artificial y comparativamente bajos en relación con los bienes manufacturados.  En otras palabras, la explotación predeterminada del campesino soviético en aras de la superindustrialización del país, lo que Bujarin bautizo como la “explotación militar-feudalista del campesino” y denuncio como una medida neozarista.

En un cortísimo espacio de tiempo las medidas de excepción se tradujeron en éxitos económicos y el Estado revolucionario logro transformarse en una potencia industrial y militar de primer orden.  A un altísimo costo de vida y sufrimiento humano se logro la autosuficiencia en los géneros básicos de una sociedad industrializada: petróleo, acero, carbón, hierro y cemento.  La URSS advino en una de las grandes potencias militares del mundo, capaz de rechazar la invasión alemana y de contrarrestar el poderío militar estadounidense.  Elevo el nivel cultural y económico del país e igualo a sus ciudadanos.

El ritmo de crecimiento económico en la URSS durante los decenios del treinta y el cuarenta fue espectacular; durante los cincuenta el compas decreció, pero el crecimiento absoluto fue considerable.  La experiencia soviética demostró que un sistema de planeamiento económico centralizado, en conjunto con una sociedad totalitaria, era capaz de generar la propulsión requerida para impulsar a una economía primitiva y en crisis a la modernidad y el desarrollo.  A partir de 1929, la cúpula dirigente soviética impulso una estrategia de crecimiento acelerado, basada en el desarrollo de la industria pesada y la reinversión de una tercera parte de la renta nacional en la producción de maquinaria y energía.  La capacidad productora de la URSS se transformo de eminentemente agrícola a mayoritariamente industrial en menos de diez años.  En 1937, el 60% del producto nacional bruto era industrial y el 60% de esa producción industrial correspondía a la manufactura de medios de producción.

Desde luego que este gran salto en el avance económico soviético estuvo fundamentado en la naturaleza masiva de los esfuerzos nacionales.  Está claro que un estado totalitario es capaz de dotar empeño económico de recursos humanos, naturales y financieros con la concentración necesaria para hacer exitoso un proyecto de la naturaleza gigantesca del soviético, mientras, por otra parte, puede desatender las necesidades más básicas de la población posponiéndola por décadas.

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El Triunfo Revolucionario De Octubre. (Cuba: Crisis y Transición)


La lucha de más de cien años del pueblo ruso contra el zarismo culmino con el triunfo revolucionario de 1917 y el establecimiento de un nuevo orden social que suponía incorporar el “Estado proletario”. El inicio del periodo revolucionario fue traumático y catastrófico para el pueblo ruso.  De 1917 a 1920 transcurrieron tres años caóticos y devastadores para la economía de la nación, años repletos de confrontaciones partidistas, asesinatos políticos, guerra civil, intervenciones extranjeras, presiones internacionales, bloqueo económico, etc.  Las confrontaciones armadas provocadas por la guerra civil convirtieron al país en un gran campo de batalla.  La producción industrial descendió en más de un 80%, la agrícola en un 60%.  La sequia de 1920 1921 produjo una hambruna que resulto en más de 5,000,000 de muertos.  La catástrofe económica coloco al país al borde de la más absoluta miseria y provoco que el liderazgo bolchevique, con Lenin, dejara a un lado todos los recelos de orden ideológico y adoptase el plan de la “Nueva Política Económica” para impulsar la reconstrucción y el resurgimiento de Rusia o la URSS.

La prioridad de la dirigencia revolucionaria fue estabilizar el poder revolucionario, para lo que no dudo en desatar el “terror rojo” perseguidor de la burguesía y la elite opositora de cualquier signo o filiación, y en segundo término, la movilización total del país a fin de conseguir el desarrollo económico necesario para ejercer como capital del proletario mundial.

La estrategia dio resultados: tanto bajo el pragmatismo de Lenin como bajo la ortodoxia estalinista, se impulso la economía a unos niveles de desarrollo dramáticos, y sucedió lo inesperado por occidente.  La Rusia durmiente, ineficaz y devastada, se revitalizo trastocándose en un país fuertemente industrializado y capaz de hacer frente al desafío del mundo occidental.

El triunfo de Stalin sobre Bujarin en 1929 marco el abandono definitivo del pragmatismo económico leninista, representado por la “Nueva Policía Económica”, y el inicio de la revolución desde la cúpula que reestructuro absolutamente la economía soviética haciendo desaparecer hasta el último vestigio de una economía de mercado libre en la URSS.  La propuesta visionaria y sensata de Nikolai Bujarin de preservar una organización económica dual, con un sector socialista que comprendiese las grandes empresas, la banca y el transporte, y un sector privado compuesto de pequeñas empresas, profesionales y trabajadores con oficios independientes, interrelacionados entre sí por la oferta y demanda natural a una economía de mercado, fue totalmente rechazada.  En su lugar se fomento una economía centralizada y planificada inspirada en los principios de la “acumulación socialista primitiva” que seguía las propuestas más radicales del economista E. Preobrazhensky y que conto con el apoyo de Stalin.

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El Fin del Comunismo. (Capitulo I. Cuba: Crisis y Transición)


“¿Puede sobrevivir el capitalismo?  No, no creo que pueda…¿Puede funcionar el socialismo?  Por supuesto que puede.  No hay duda posible acerca de esto… inevitablemente surgirá una forma socialista de sociedad de la descomposición igualmente inevitable de la sociedad capitalista.”¹

Estas predicciones del eminente economista no marxista J.A. Schumpeter, en su obra imprescindible Capitalismo, Socialismo y Democracia (1942), dan una muestra del nivel de aceptación de las teorías marxistas, incluso por no marxistas, en el entorno intelectual del siglo XX.²  La lucha de clases, el materialismo histórico, la inevitabilidad del socialismo, son condiciones de la perspectiva marxista del universo que ha permeado el pensamiento intelectual del mundo moderno.

Aun los enemigos acérrimos del socialismo totalitario percibieron todo el esfuerzo confrontacional de la URSS y el mundo comunista como una forma de posponer lo inevitable.  De alguna manera, el marxismo ocupo una posición ética superior al capitalismo como estructura de interrelación social y económica, superioridad ética aceptada universalmente tanto por marxista como por la mayoría de sus opositores.

La inevitabilidad del triunfo comunista fue predicada por los marxistas que entendían la superación del capitalismo y su desintegración como producto natural de las contradicciones mismas del sistema capitalista, contradicciones que debían hacer del capitalismo un sistema inviable, sujeto a perennes crisis cíclicas por su ineficiencia económica e incapacidad humana.  También fueron propulsores del determinismo histórico los no marxistas que, aun concibiendo el mercado como un sistema superior en la producción de bienes y la creación de riquezas, creyeron, como Schumpeter, que el capitalismo sucumbiría victima de su propio éxito económico y de una “atmosfera de hostilidad casi universal contra su propio orden social”.³

Según el padre de la escuela económica austriaca Ludwig von Mises en su obra critica “Socialismo” (1992): “El éxito incomparable del marxismo se debe al hecho de que promete realizar los sueños y los viejos deseos de la humanidad y saciar sus resentimientos innatos.  Promete el paraíso terrenal, una Jauja llena de felicidades y de goces, y el regalo más apetitoso para los desheredados: el descenso de todos aquellos que son más fuertes y mejores que la multitud”.

Ahora bien; el marxismo que resistió el racionalismo devastador de la escuela económica austriaca –sobre todo los análisis minuciosos, extensos y profundamente críticos de von Mises y F.A. Hayek, así como las denuncias vivenciales de André Gide, Arthur Koestler, Milovan Djilas, George Orwell y decenas de otros desilusionados de la fe marxista, sucumbe frente a la realidad de su fracaso económico y ético como productor y distribuidor eficiente y justo de los bienes de consumo y producción.  El resultado empírico del sistema comunista se hace evidente con el abandono voluntario y pacifico del “socialismo comunista” por aquellos países que se atrevieron, o fueron forzados, al gran experimento social del siglo XX.

La crisis profunda del comunismo en todos sus ámbitos parece adelantar al mundo la desaparición absoluta del sistema socioeconómico que ha marcado las grandes confrontaciones y convulsiones políticas de nuestra era.  Lo singular de la doctrina y la praxis del sistema comunista ha sido la razón fundamental de su atracción y su fracaso: un sistema económico inflexible y arcaico, basado en el marxismo-leninismo como filosofía monística, que pretende contener todas las verdades y ser portadora de todas las respuestas.  Un sistema que pretende la eficacia insuperable tanto como doctrina de gobierno que como prescripción ética para un “hombre nuevo” en una sociedad más justa.

Los aspectos políticos del sistema, la dictadura, el estado policiaco, el unipartidismo, etc., son características presentes, en todo o parte, en otros sistemas de gobierno.  Ahora bien; la propuesta de un modelo económico teóricamente conceptualizado, pero nunca ensayado, como la gran solución a los problemas del mundo, es única en la historia de la humanidad y constituye la gran arrogancia del comunismo practico.

Con anterioridad al triunfo revolucionario de la URSS, se había desarrollado en el mundo el sistema económico capitalista de manera económico, producto de un proceso evolutivo de cientos o miles de años, con correcciones, aberraciones y rectificaciones, logrado en la marca y en la práctica económica del ser humano, se ha ido mejorando, modificando y humanizando mediante las luchas perennes de los últimos ciento cincuenta años.

Con el triunfo de los bolcheviques en la URSS se pretende, por primera vez en la historia de la humanidad, destruir el sistema económico prevaleciente, como producto de la experiencia acumulada durante siglos, y sustituirlo por otro existente solo a niveles conceptuales y teóricos.  La razón fundamental de ser del nuevo sistema seria su anunciada superioridad ética y productiva que daría al hombre una calidad de vida infinitamente superior.

Los cambios sustanciales ocurridos en la URSS a partir de 1985 dieron lugar al abandono apresurado del comunismo por los países de la Europa del Este y, por ende, a lo que parece ser la crisis terminal del “socialismo real” o, mejor, del “socialismo comunista” en el mundo actual.  “Las revoluciones gloriosas de la Europa del Este”, como las llama Agnes Heller, son consecuencia directa de esos cambios en la URSS.

La determinación del líder soviético, Mijail Gorbachev, de introducir la perestróica y el glasnot a la exhausta sociedad soviética, su intención de darles fin a los conflictos y tensiones de la guerra fría y de ofrecer a los países del entorno socialista la libertad de escoger sus propias vías de desarrollo político y económico, sin temor a que el poderío soviético lo impidiese conspirativa o militarmente, produjo en Europa del Este la concatenación de las revoluciones de estos países hacia la libertad.

Así como las señales y gestos de Gorbachev fueron el ingrediente imprescindible para el cambio acelerado en los países del Este Europeo, el torpe intento golpista de Agosto de 1991 se convirtió en catalizador de la irreversibilidad del proceso reformista soviético.  Al amanecer del 20 de Agosto, habiéndose negado la unidad Alfa de la KGB a asesinar a Boris Yeltsin, y la división blindada Tamanskaya a asaltar el Parlamento Ruso, el proceso de transición democrática en la URSS se hizo irreversible. La torpeza de los golpistas, unida a la nueva conciencia democrática, producto de la perestroika y el glasnost, que había calado profundamente no solo en el pueblo soviético, sino también en el aparato gobernante, dieron al traste con el comunismo en la URSS y probablemente en el mundo.

El golpe de Agosto, en palabras del editorialista de “Le Monde” Michel Tatu, constituyo “una especie de sorpresa divina” para quienes anhelábamos la transición permanente de la sociedad soviética a un Estado en pleno derecho, de respeto a la ley, de economía de mercadeo, de responsabilidad social.  la intentona golpista concluyo la etapa del reformismo ambiguo y ambivalente, que no terminaba de cuajar, para dar aceleramiento del paso al mercado, a la democracia y las nacionalidades, a las repúblicas de la URSS en tránsito al futuro.

Aunque no cabe duda de que el entusiasmo occidental ante el derrumbe ideológico provocado por Gorbachev lo constituye la liberación política de los pueblos oprimidos, el gran resultado trascendental, la gran definición con repercusiones permanentes en la historia de la humanidad, no es el transito más o menos acelerado del estado despótico al gobierno representativo, sino el fracaso y la quiebra absoluta del sistema de producción anti-capitalista, la resolución final del conflicto entre dos sistemas alternos y contrapuestos de producción y desarrollo económico.

Entendido el socialismo económico como un sistema de producción y distribución donde la tendencia y gestión de los medios y recursos corresponden al Estado, al ente público, el desenlace empírico del enfrentamiento entre mercado y centralismo planificado ha quedado definitivamente resuelto a favor del sistema de mercado como un sistema infinitamente superior en productividad económica tanto cualitativa como cualitativamente, sin que esto tenga que representar la aceptación del sistema capitalista y su ética social como fundamento fundalizador de las nuevas sociedades que surgen de la debacle del comunismo, ni como centro neurológico y determinante del ordenamiento social, político y económico de las sociedades del futuro.  El triunfo del sistema de producción de mercado es el triunfo del capitalismo reformado y mejorado por el Estado de bienestar, resultado de ciento cincuenta años de luchas y confrontaciones cívicas y sociales que disminuyeron las cualidades más negativas del sistema y lo transformaron, humanizándolo.  Esta estabilidad de transformación del sistema de mercado y su capacidad de ajuste y acomodamiento a las realidades de su entorno es una de sus cualidades más valiosas, que le ha permitido la supervivencia y la adaptación constante a las demandas de una sociedad perenne evolución.

Derechos de Autor

              Pedro Ramón López Oliver. Libro: Cuba: Crisis y Transición. Copyright (c) 1992 by the University of Miami.  Publicado por el Centro Norte-Sur dela Universidad de Miami.  Derechos exclusivos de edición en castellano reservados para todo el mundo.  Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna sin permiso previo del editor.

A manera de prólogo (Cuba: Crisis y Transición)


Pedro Ramon Lopez Oliver. Cuba: Crisis y Transición

Pedro Ramon Lopez Oliver. Cuba: Crisis y Transición

Discurso pronunciado en la sesión de apertura del V Congreso De Intelectuales Disidentes Cubanos, celebrado en Caracas del 3 al 5 de Septiembre de 1987, en nombre del Comité Organizador.

Venir a Venezuela es venir es venir a país de próceres, de hombres y mujeres que, por las anchas tierras de nuestra América, han trazado camino para nuestra gente. Hombres y mujeres que en importantes momentos de la historia de nuestro Continente se han detenido a observar el presente e imaginar el futuro y han dado a tiempo la voz de alerta para indicarle rumbo a nuestros pueblos.

Y así, del siglo pasado, “cuentan que un viajero llego un día a Caracas al anochecer y sin sacudirse el polvo del camino, no pregunto donde se comía ni donde se dormía, sino como se iba a donde estaba la estatua de Bolívar” Y allá fue el viajero callado y … anónimo, solo acompañado de su poesía y su decoro, en cita sublime, a sellar un compromiso: el compromiso de sellar y terminar la obra que para destino y bien de los pueblos de América había comenzado Simón Bolívar.
Cada momento histórico tiene su verdad por decir, sus metas por alcanzar y sus líderes por emular. La independencia de Cuba y Puerto Rico eran rubrica de la época en la visita del Apóstol a la estatua del Libertador. La libertad y justicia en América son hoy las metas inherentes de los hombres y mujeres de buena voluntad. Por eso al llegar a la Venezuela de hoy, sin sacudirnos el polvo del camino, tenemos nosotros que ir a la memoria viva de Rómulo Betancourt y recoger el legado de sus ideas y de su existencia ejemplar, proyectada desde este suelo venezolano hacia todos los pueblos que Martí llamo “Nuestra América”. Y junto con la herencia política de Rómulo Betancourt, reclamar nosotros, que somos integrantes de las nuevas generaciones, la armazón ideológica ofrecida por Víctor Raúl Haya de la Torre, Luis Muñoz Marín, Jose Figueres, Luis Alberto Monge, Jose Francisco Peña Gómez, Rolando Araya Monge y ese puñado de líderes democráticos que dieron y dan su vida pública en búsqueda de la justicia y de la paz social mientras mantienen y preservan la libertad y la convivencia nacional. Venimos hoy a Venezuela, pues, a nutrirnos de las raíces de precursores y contemporáneos, retomar sus ideas y vivencias y disponernos a rectificar los errores, a preparar los pasos adecuados que demandan los tiempos que vivimos. En fin, reunirnos en nutrido grupo a sellar un compromiso, el compromiso de continuar laborando en nuestra América por la consecución de la libertad y la justicia para todos y cada uno de nuestros pueblos.
Es el cubano un pueblo más en la gran familia hispanoamericana que, habiendo pasado por las mismas luchas, los mismos afanes y las mismas adversidades que los demás, ahora sufre otra adversidad, que de nuevo lo aleja de la meta de alcanzar destino propio y realización nacional plena.
Somos los cubanos herederos de los mambises que durante treinta años sostuvieron larga y desigual lucha contra el poderío español, que soñaron con una república libre y soberana y vieron su seño escamoteado por la intervención extranjera que produjo una república mediatizada. Probablemente, de esta diferencia sustancial entre la aspiración y el logro de la lucha independentista surgió el primero de los desajustes sociales y políticos que moldearon nuestra vida republicana, atrapada siempre entre la esperanza y la frustración.

Para la guerra preparo Martí a los cubanos y los agrupo en aquel vehículo de unidad que fue el Partido Revolucionario Cubano. Pero los convoco también para construir después, en la paz, una estructura de convivencia nacional en conformidad con el espíritu y las aspiraciones que hizo la guerra posible. Y en el P.R.C. encontramos, diseminadas hábilmente en las Resoluciones y las Bases del Partido, las ideas centrales, los soportes del edificio republicano.
Pero el Partido y su estructura de ideas que sirvió para hacer la guerra necesaria, no se estableció como fuerza y vehículo político para construir la República en paz. De ahí que nosotros, los integrantes de las últimas generaciones, somos los herederos sin realización de las luchas y aspiraciones de nuestros fundadores del pasado siglo y de los forjadores de nuestra república que vieron sus esfuerzos de libertad y progreso tronchados una y otra vez. Herederos y su Partido Revolucionario Cubano, de los hombres y mujeres de la generación de los 30, del Directorio Estudiantil, de Antonio Guiteras, de Ramón Grau San Martin, de Carlos Prio Socarras, del autenticismo, de la ortodoxia, del martirologio aleccionador de Eduardo Chibás; de lo mejor del 26 de Julio y del Directorio Revolucionario 13 de Marzo, del Segundo Frente Nacional del Escambray, de la Triple A, de la Organización Autentica; de nuestros héroes republicanos: Frank País, Menelao Mora, Humberto Sori Marín, Pedro Luis Boitel, Jose Antonio Echeverría, Cesar Páez, Aureliano Sánchez Arango, Huber Matos y Eloy Gutiérrez Menoyo. Y de lo bueno y asimilable de las ideas progresistas y revolucionarias, sumadas al contexto general, somos herederos también. Y, finalmente, de los buenos cubanos de aquí y de allá que, en esta última etapa de crisis prolongada, se han dado en honestidad de sacrificios a laborar febrilmente por lo que cada cual cree. Este pueblo es parte de un todo único, que cuando los rumbos se rectifiquen, tanto sus hijos que viven dentro de la isla como los que andan dispersos por el Mundo, hallaran su identidad nacional en un mismo destino común. De todo los dicho somos herederos nosotros; todo eso es patrimonio de pueblo de Cuba, ahí está nuestro acerbo nacional. Un solo pueblo, uno en sus aspiraciones, uno en sus logros, uno en su compromiso, uno en su destino.

Venimos a Caracas con el deber de analizar profunda y críticamente nuestra realidad nacional a la luz de la libertad y los demás derechos humanos inherentes a la dignidad plena del hombre. Por eso, este Congreso lleva el sello de la disidencia, del distanciamiento y la rebeldía frente a una doctrina y gobierno que amarra y condiciona el juego de las ideas aplastando el espíritu y la capacidad creadora de sus ciudadanos. Desde el marco propio del desarrollo y alcance de este congreso de Intelectuales, esto es, de hombres y mujeres que se dan a la tarea del pensamiento, nos abrazamos a la definición que Martí dio de libertad, cuando definió la misma como el derecho que todo hombre tiene a ser honrado y a pensar y hablar sin hipocresía.
Vivimos en momentos de transformaciones; comienzan a avanzar por el mundo aires anunciadores de la comprensión inevitable, de la coincidencia mínima y necesaria. Ni el individualismo puede ni quiere ya mantenerse aislado del grupo, sino realizarse dentro del mismo; ni los extremistas de izquierda y de derecha pueden ya mantenerse dentro de su estrecho orden ideológico. Se impone por peso propio una tendencia ineludible hacia la democracia como factor común a las naciones de hoy. De ahí los esfuerzos para hallar soluciones en Centroamérica, los cambios en Argentina y Brasil, los sucesos de Filipinas y Corea del Sur, y los compromisos que se gestan en África, dentro del campo comunista incluso, además del caso de China, las variantes de Hungría y Yugoslavia y las corrientes populares de Polonia. La propia Unión Soviética parece aprestarse a cambios profundos en su organización económica, en sus relaciones internacionales, y aun en su política domestica. Apertura, reestructuración y liberación parecen ser los objetivos del nuevo líder soviético.
Y no obstante, si volvemos los ojos a Cuba, vemos como en ella se entrelazan los males tradicionales de nuestros pueblos: el caudillismo y el militarismo, con otros de recién importación: el imperialismo y el estalinismo, a los cuales se aferra el tirano a Contrapelo de los deseos y aspiraciones del pueblo cubano. Caudillismo, militarismo, imperialismo, estalinismo y un sistema económico totalmente arcaico y discordante con el mundo de hoy son el resultado de 30 años de lucha y sacrificios, de proyectos, de rectificaciones, de planificación, de rectificación de rectificaciones… En fin, el fracaso absoluto de quienes en busca de la justicia abandonaron el camino de la libertad y la democracia y andurriales de ideologías agotadas y decadentes. Se perdió la libertad, se enterró la democracia, y la justicia continuó solo siendo un sueño inalcanzable, pues no se alcanza la justicia donde se elimina la libertad.

Este Congreso no propugna para Cuba un regreso al pasado. Lo que si quisiéramos, es convertir inmediatamente en “pasado” al sistema actual ya agotado que se obstina en la Isla contra viento y marea. Lo que deseamos es que, en esfuerzo conjunto de todos los cubanos, Cuba marche hacia el futuro con el rumbo que imponen los tiempos que corren, que se logre la identificación nacional que ha venido frustrándose desde los comienzos de la República, y que nos identifiquemos en una Cuba independiente, democrática, justa y progresista donde se conjugue el interés individual con el interés del grupo y el destino nacional.
Aspiramos para un futuro para nuestro país donde no se imponga una sola formula de desarrollo para todos los renglones de la vida nacional, sino una economía pluralista donde la creatividad del empresario libre, la labor de grupos cooperativistas, las empresas autogestión y cogestión, los planes colectivos, los inversionistas y empresarios criollos y extranjeros se den cita para que en un ambiente natural de cooperación, respeto y estimulo mutuo fundan sus esfuerzos a favor del individuo y la colectividad que, en definitiva, se traduce en favor de la nación. No se trata de una sola corriente de expresión política que se trastrueca en nefasto continuismo agobiante, sino del goce infinito de un pueblo que escoge libremente a sus gobernantes. No se trata de la imposición de una sola fuerza social, que al cabo no se logra, sino del equilibrio franco y descubierto de las fuerzas sociales que el Apóstol propuso. Se trata de la libertad, de la decisión firme de nuestro pueblo de vivir, obrar y soñar en libertad. En la nueva república donde la primera ley de la nación sea el derecho a la dignidad plena del hombre y donde la libertad sea la base fundamental de la nueva sociedad, donde la justicia no se busque vanamente, sino que se construya día a día con la colaboración de todos y cada uno de los cubanos.

Creemos que el pueblo cubano tiene el legítimo derecho de replantearse su presente y su futuro y de escoger libremente el derrotero a seguir y las vías de desarrollo económico y político que mejor tenga a bien darse. Esta es nuestra gran aspiración, de ahí que emplacemos hoy al caudillo que reconozca los aires de democratización y ponga a Cuba en camino al futuro, que habrá las puertas del país al juego libre de las ideas, que permita que los cubanos en la Isla hablen lo que les plazca, que se junten o asocien como les convenga y que elijan secreta y libremente sus gobernantes. No tienen por que los cubanos libres para hablar a sus hermanos en la Isla hablar a través de ondas amigas pero extrañas. Que se permita en Cuba radio de oposición, televisión de oposición, prensa de oposición, Radio Martí, T.V. Martí y prensa Martí, desde dentro de la patria de martí, hablándole al pueblo de Martí; prensa libre financiada por cubanos, dirigida por cubanos, dependiente solo de cubanos.

Que se abran las cárceles y los aeropuertos, que se exponga el caudillo al debate honrado, con interlocutores que puedan expresarse sin miedo al paredón o al pistoletazo. Que entre en Cuba la libertad por todas partes, que se permitan uno y diez partidos de oposición. Que se apresten al debate público los comunistas, los fascistas, los socialdemócratas, los demócratas cristianos, los libertarios, los anarquistas, los liberales y los conservadores; que haya espacio en el debate público para todos y cada uno de los cubanos.
Que se de rienda suelta a la capacidad creadora del cubano productor, y empezara a salirse del atolladero económico. Que se estimule el talento empresarial de nuestro pueblo y se le impulse a crear y actuar para beneficio propio comunitario. Veremos que si lograron triunfos loables en tierra ajena, cien veces más obtendremos de la labor de todos en tierra propia.
Que estimule el Estado el germen de la creatividad económica, para que unos movidos por legítima ambición y otros por intereses colectivos se realicen como pequeños o grandes empresarios, que en definitiva es la única fórmula capaz de sacar al país de la bancarrota económica. Dejad la responsabilidad por el desarrollo de nuestra economía nacional a los hombres y mujeres de talento original que crean empresas y las dirigen, que arriesgan trabajo y capital, que crean empleos, que aprovechan oportunidades. De los elementos vibrantes y variados de una economía en libertad debe Cuba nutrirse para que su industria y su comercio, hoy depauperados, se realicen en explosivo desarrollo.
Pero el caudillo se empeña en que Cuba sea el último reducto del estalinismo en el mundo. El revolucionario de antaño es el retrogrado de hoy, que entorpece, dificulta e imposibilita el desarrollo del país. Cuba necesita otra revolución, la revolución de la democracia, de la democracia económica, de la democracia política, de la libertad, de la libertad en libertad.
Es imprescindible el concurso continental para la democratización de Cuba y de los países esclavos de América.
No deben vivir tranquilos y ajenos los pueblos libres de este hemisferio mientras pueblos hermanos subsisten en miseria y esclavitud. Toca a los dirigentes democráticos del continente dar cara a esta realidad.
No pueden, no deben, los presidentes democráticos de América callar sus voces y virar la cara ante la ausencia de la libertad y la presencia del despotismo en Chile, Haití, Paraguay, Panama, Nicaragua y Cuba. Sabemos que la tarea domestica de estos gobernantes es ardua y extensa para añadir responsabilidades externas; pero si los gobiernos de América se preocupan de buscar soluciones al Salvador y Nicaragua, es solo consecuente preocuparse de buscar salidas democráticas a Chile y Cuba. O, ¿es que acaso para gozar del interés y la buena voluntad internacional tiene que haber guerra, terrorismo, asesinatos y guerrillas? ¿Es que para que nuestros pueblos hermanos se den en solidaridad hispanoamericana y se preocupen por la libertad se requiere el desangramiento constante del pueblo subyugado? Es preciso recordar que si es ese el precio de la solidaridad internacional, ya el pueblo cubano ha pagado con creses su parte alícuota de sangre y de sacrificios: decenas de miles de víctimas hablan de por sí. Millares de cubanos valientes fusilados ante los paredones, miles de cubanos muertos durante casi diez años de lucha desigual y heroica en las montañas del Escambray: campesinos, estudiantes, profesionales empresarios y obreros. Las playas de Girón supieron del heroísmo de cubanos abandonados a la derrota.
El estrecho de la Florida es testigo mudo de miles de cubanos que perecen a diario en el intento de abandonar el país libertad. Este Congreso está repleto de expresos políticos que relatan, a quien los quiera escuchar, sus horribles experiencias. ¿Qué mas hace falta? ¿Más sangre, más sufrimientos?

Que se amplíe la gestión de Oscar Arias, que se amplíe la agenda del Grupo Contadora y que se busquen soluciones democráticas a los países que carecen de libertad. Que no se exija el alto precio de la sangre de hombres buenos para mover a los gobernantes de la América libre a interceder por los pueblos de América sin libertad.
Que se amplíe la agenda sin temor. Que a cada paso de Castro, Pinochet, Stroesner o Noriega, haya un presidente libre que les recuerde que esclavizan pueblos dignos. Que ante la presencia de un líder demócrata no pueda encontrarse un dictador sin sonrojarse o abochornarse. Que el combinado de naciones de nuestro continente se una en falange democrática y libertaria para reclamar de los opresores el relevo ordenado, la reforma, la apertura, la democratización, en fin, la libertad.
Y es, por todo lo anterior, que el pensamiento y el legado político de uno de los grandes americanos de este siglo, Don Rómulo Betancourt, se hace a tiempo con las necesidades de esta coyuntura histórica. A alguien en América le toca recoger la carga vigorizante de la social democrática y renovar la doctrina del adalid de la libertad continental. Ojala sea Venezuela quien de nuevo lidere al continente en defensa del derecho de nuestros pueblos a darse gobiernos libremente. Que le toque a Carlos Andrés Pérez o a Eduardo Fernandez o a Rafael Caldera asistir en Santiago, en Asunción, en Puerto Príncipe, en la Habana al renacimiento de la libertad, a la inauguración de gobiernos electos por el pueblo, a recibir de ese pueblo el aplauso agradecido y libre de quien reconoce a aquellos que le ayudaron a despojarse de la tiranía.
Exponemos estas cosas en este Congreso, en el ejercicio y en el nombre de la libertad de expresión honesta y sincera. Como agrupación de hombres y mujeres que postulan y desean libremente pensar en beneficio de su pueblo, nos creemos en la obligación de aportar ideas, de intentar interpretar el sentir y las necesidades generales de nuestra gente para, si el futuro y la comprensión de los hombres hicieran posible una hora estelar de coincidencia definitiva, que sirva este modesto aporte para esa gran obra. Y porque creemos que todos los cubanos tienen virtudes y Defectos, aciertos y errores, y todos somos hijos del mismo pueblo, creemos que para todos, en este periodo grave de nuestra historia, un puente de compresión se precisa, para el abrazo que en el final de esta etapa y comienzo de la nueva república, nos habremos de dar todos los cubanos. Para ese instante, nuestra presencia aquí en este Congreso.
Para pensar y obrar en pro de una Cuba sin caudillos, sin afanes imperiales, sin pretensiones militares y sin vocación totalitaria.
Para pensar y obrar en pro de una Cuba democrática, justa y solidaria, una Cuba con todos y para el bien de todos, donde las fallas y errores de un pueblo libre se corrijan con parcelas cada vez mayores de libertad y más libertad.

Derechos de Autor

              Pedro Ramón López Oliver. Copyright (c) 1992 by the University of Miami.  Publicado por el Centro Norte-Sur dela Universidad de Miami.  Derechos exclusivos de edición en castellano reservados para todo el mundo.  Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna sin permiso previo del editor.


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